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¿Cuántas veces has escuchado eso de que las madres somos abnegadas y que no esperamos nada a cambio?

Estoy hasta el moño de que se nos idealice, como si no tuviésemos necesidades y como si se nos pudiese pisotear como un felpudo.

Hoy te voy a contar el día que tracé una línea roja con mis hijos.

Si hace mucho que me sigues en redes sociales sabrás que en mayo de 2016 me fui sola a Milán 3 días.

Lo que nunca conté fue la razón.

Los domingos (que solía ser mi único día de descanso) me gustaba coger el coche e irme con mis hijos a pasar el día a Teruel, a la playa…

Siempre ida y vuelta en el día porque la economía no daba para hoteles.

Pero llevábamos un tiempo sin salir, se acercaba el día de la madre y me pareció chulo llevármelos de fin de semana a Cuenca.

Ninguno de los tres conocíamos la ciudad y seguro que les haría ilusión dormir de hotel.

Mis hijos tenían entonces 12 y 14 años.

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Una de las cosas que ellos hacían y que más me hizo sufrir como madre es que jamás me habían felicitado por mi cumpleaños ni por el día de la madre.

Bueno, cuando estaba casada me hacían un dibujo ayudados por su padre, pero desde el divorcio nada.

Era muy doloroso escucharlos a menudo “Ya solo faltan 5 días para el cumpleaños de mi amigo Juan”.

Al día siguiente: “Ya solo faltan 4 días para el cumpleaños de mi amigo Juan”.

El cumpleaños de cualquier compañero de su clase era un eventazo, pero en mi cumpleaños o el día de la madre nadie se acordaba de mí.

Por mi cumpleaños me felicitaban cientos de seguidoras, toda mi familia, mis amigos… Todos menos mis hijos.

Cuando por la tarde ya había perdido la esperanza de que saliese de ellos, les recordaba que esperaba una felicitación.

Ah, sí, felicidades.

Cada año era la misma expectativa: A ver si este año por fin se acuerdan.

En fin, aquel día de la madre del 2016 no fue una excepción y mis hijos, con 12 y 14 años, tampoco me felicitaron.

Ese año no lloré.

Ese año dije “A tomar por culo”.

Me metí en la web de Ryanair y miré dónde podía volar con el dinero que había guardado para llevármelos a Cuenca.

¿Milán? Genial, siempre quise visitar La Scala.

Cuando volvieron conmigo a la semana siguiente, les expliqué: “Sabéis que cada año os digo que me pongo triste porque no os acordáis de felicitarme. Había ahorrado dinero para irnos juntos a Cuenca, pero visto lo visto, he decidido irme sola a Italia”.

Mi hija puso unos ojos como platos.

¿¿¿Y te vas a ir sin nosotrooos???

Por supuesto. -le dije sin inmutarme-

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Nunca había contado públicamente la razón de ese viaje.

Aquellos días en Milán marcaron un cambio importante en mi vida.

No solo fue mi primer viaje sola.

Fue el momento en que dejé de esperar que mis hijos me felicitasen.

Y eso supuso dejar de sufrir por ello.

Porque cuando controlas tus expectativas dejas de sufrir.

Como ves, no puedo hacer que los demás hagan lo que tú esperas de ellos, pero puedo enseñarte a vivir sin sufrir.

Por cierto, mis hijos ahora tienen 17 y 19 años y desde hace tres me felicitan sin recordárselo.

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