Llevo 40 años sintiéndome huérfana en este día. Cada 19 de marzo, todo el mundo celebra el día del padre. Las redes sociales se inundan de fotos de hijos abrazados a sus padres, al tiempo que los felicitan y les dan las gracias por tanto. Yo nunca pude hacer eso.

Mi padre salió de mi vida cuando yo tenía 9 años y, desde entonces, he felicitado en este día a mi madre, que fue la que hizo de padre y de madre, durante toda nuestra vida.

Nunca, nadie que no fuese de mi familia, ha visto una foto de mi padre. Ni mis mejores amigos saben cómo se llamaba. Literalmente, lo borré de mi vida porque eligió no estar en ella.

Sé, perfectamente, que su ausencia hizo que me refugiase en la comida siendo niña. Su ausencia, y también el rastro de despropósitos que dejó antes de irse. Marcó a toda la familia.

dia del padre

Con más de 40 años, aún era incapaz de hablar de mi padre sin que se me escapasen las lágrimas. Me he sentido una niña abandonada toda mi vida. Por mucho que mi madre y mis hermanas siempre hayan estado ahí y me hayan llenado de amor.

Su ausencia dejó un vació en mí que he pasado casi toda mi vida tratando de llenar con comida y buscando en otras personas ese amor que creía merecer y no tuve.

Para superar mi trastorno de la conducta alimentaria tuve que trabajar muchas áreas. Aprender a perdonar a mi padre fue liberador. Fue soltar una pena que me apretaba la garganta.

Me puso en el camino Reyes, una compañera del master de coaching. Un día, la escuché decir a otro compañero: “El perdón no es un acto de generosidad, sino de amor propio”. Aquella frase lo cambió todo. E inicié mi proceso de perdón. Por amor propio. Porque decidí dejar de sufrir. Porque no quería dentro de mí un sentimiento tan negativo como el rencor. Porque decidí que ya había dolido bastante.

Mi tío Luis fue la persona con la que más he hablado de mi padre. Él también me ayudó cuando me dijo: “Yolanda, estoy convencido de que tu padre no tenía conciencia de que lo que hacía estaba mal. Él creía que tenía derecho a hacer las cosas así y que su conducta era normal. Por eso no se escondía.”

Cuando aprendí cómo nuestras creencias condicionan nuestros pensamientos y conductas, entendí todo.

No hubiese podido superar mi dependencia emocional de la comida, ni hubiese llegado al punto de consciencia en que me encuentro, de no haber comprendido que todas las personas están en mi vida por una razón.

Los maestros espirituales no están en el Tíbet. O, al menos, no los míos. Mis maestros de vida son todas aquellas personas y situaciones que me produjeron un dolor suficiente como para obtener un aprendizaje vital.

Creo firmemente que puse a mi padre en mi vida para aprender a perdonar. Elegí este y no otro. Y quise que se comportase como lo hizo. ¿Cómo aprender a perdonar si nadie te causa daño? ¿Cómo guardar rencor a una persona por cumplir el papel que yo misma le encomendé para mi evolución?

Las transformaciones se producen por inspiración o por desesperación. Es decir, porque ya has sufrido bastante y decides salir de ahí. Y tomas acción.

Tuve padre, a pesar de que lo he escondido durante toda mi vida, por el rencor y el dolor que me producía recordarlo. Porque me negaba a hacerle ese reconocimiento. Apenas tenemos dos o tres fotos juntos. Ninguna solos los dos.

Pero ya no. Tuve padre. Se llamaba Luis. Y hoy es su día.

[kkstarratings]