El otro día fui al cine a ver «El cuaderno de Sara». Belén Rueda me encanta, siempre me ha parecido que tiene porte de “señora”. Ese concepto que nada tiene que ver con la edad.
Antes de sentarme a escribir, he leído las críticas. La verdad es que se te quitan las ganas de ir, pero yo no me arrepiento de haberlo hecho. Al salir del cine, describí la película como: “Una bofetada de realidad que todos deberíamos recibir, de vez en cuando”.
Para mí, el fin del cine es entretener. No busco cine de autor, ni calidad cinematográfica. Lo utilizo con frecuencia para cambiar mi estado emocional. Cuando me he permitido sentir una emoción el tiempo suficiente y decido salir ya de ese estado. El cine me resetea.
Quiero que mi mente hiperactiva pare durante una hora y media y se deje llevar por el argumento. Me fascina que me atrapen con una historia que me saque de mis pensamientos automáticos.

Disfruto sintiendo cómo me sumerjo en la película. Al igual que soy consciente cuando el sueño me vence por las noches… y me dejo llevar. Ese momento, en que me permito soltar, me resulta sumamente placentero.
Y, aún más, me interesa cualquier cosa que expanda mi mente, que cuestione mis creencias y me abra los ojos a una realidad que desconozco.
En resumen, me gusta aprender, conocer, descubrir y crecer. Y el cine me lo aporta. Por eso voy con frecuencia casi semanal y, generalmente, sola. No quiero que nadie me distraiga en la sala con comentarios. Es un momento íntimo.
El cine y las emociones
Me parece maravilloso poder abrir un paréntesis en lo cotidiano y en mi vida. Durante noventa minutos, sentir el amor, llorar de emoción o tristeza, tratar de descifrar un crimen, o reír sin parar. Y después, ser escupida de nuevo a la realidad, a lo de siempre. Como tomar prestada otra vida por unas horas, con la certeza de que recuperaré la mía.

Es viajar al momento de otras personas y sus circunstancias, con la garantía de que todo se acaba en noventa minutos. Puedo zambullirme en sus emociones y sentir su miseria, su pena, su ira, su dolor… sabiendo que seré rescatada. ¡Ojalá tuviésemos esa certeza en la vida real!
Siempre miro con extrañeza la calle y los transeúntes, al salir del cine. Me resulta raro pensar que he estado viviendo otra vida, mientras ellos seguían con esta.
Con frecuencia, escucho decir que el cine es caro. Que un precio resulte caro o barato es relativo: Depende de lo que te aporte. A mí el cine me proporciona sensaciones que no obtengo en ningún otro lugar ni actividad. Por eso no tengo tele en casa, ni Netflix, ni descargo películas en el ordenador. Por eso pago mi entrada de cine cada semana. Porque, para mí, no tiene precio.