Ya lo decía Bond, James Bond, cuando pedía al barman su Martini mezclado, no agitado. Y es que no es lo mismo. Ni las churras son merinas.

Es curioso como un morfema de apenas tres letras te puede convertir de una mujer sola, joven y deseable, a una madura amargada a la que se le ha pasado el arroz. Seamos honestos; si tu amigo te habla de su “vecina soltera”, inmediatamente tú creas la imagen mental de una mujer joven, posiblemente estudiante o trabajadora, emancipada, que come tofu y va al gimnasio y que se pasea en lencería delante de la ventana. Vamos, la “vecinita” de toda la vida. Pero si tu amigo nombra a su “vecina solterona” la imagen se torna distinta, apareciendo una mujer madura o de más edad, que protesta en las reuniones de la comunidad de vecinos, cotillea por la mirilla, vive con seis gatos, hace solitarios en una mesa camilla con tapete de ganchillo y tiene la tele encendida todas las horas que pasa despierta.

Todo esto no es más que el lastre de los estereotipos, de donde recibimos que una mujer joven es normal que esté sola, y hasta valorable, pero que, pasados los cuarenta, si sigues sola será por algo. Ese algo puede ser por tan obvio y tan legítimo como no desear compañía, pero en esta sociedad machista y conservadora aún cuesta la idea de que una mujer pueda ser feliz sin compartir su vida con un hombre. Más aún, cuando esa mujer está sola por ser soltera, aún se le atribuye falta de sexo. Cuando, lo más probable, es que disfrute de sexo más rico, variado y frecuente que la mayoría de mujeres emparejadas que conoce. Pero lo cierto es que la epidemia de divorcios que sufrimos, está dejando un buen número de “singles” que deciden no volver a involucrarse sentimentalmente con nadie. Esto afecta tanto a hombres como mujeres, claro, pero voy a hablar de nosotras, que para eso escribo yo el artículo.

La semana pasada publiqué en mis redes sociales una frase, cuyo autor desconozco, que decía “Quisiera enamorarme y ser correspondida por una maldita vez en la vida. Eso, o un helado” Esta frase dio lugar a respuestas de mujeres que aseguraban decantarse por el helado, directamente. ¿Qué está pasando? ¿No crecimos leyendo cuentos donde los protagonistas se casaban y eran felices y comían perdices? ¿O será, que ya lo hemos intentado, que ya nos hemos casado y hemos sido felices, pero también hemos dejado de serlo y hemos dejado de estar casados?

sola soledad solterona amargada

Pero entonces, ¿qué pasa con la soledad? Yo estoy absolutamente de acuerdo en que no es buena idea empalmar una relación de pareja con otra y que esa actitud sólo denota codependencia. Pasar tiempo con uno mismo y aprender a estar solo es un viaje de autoconocimiento que todos deberíamos emprender en algún momento de nuestra vida. Es maravilloso descubrir que no necesitas a nadie para ir al cine, a pasear, a tomar un café, o irte de vacaciones. Aprender eso te libera de apegos y entiendes que la única persona a la que de verdad necesitas es a ti mismo. Comienzas a prodigarte los cuidados y atenciones que antes dabas a otros. Dedicas tiempo a conocerte a ti mismo, después de pasar la vida tratando de conocer a las demás personas. Y ese desapego tan brutal, te hace entender que tú solo, eres capaz de cualquier cosa, sin más apoyo, sin más compañía.

Yo ya he llegado a ese punto. Más aún, creo que lo he pasado de largo. Y ahora me preocupa otra cosa: la idea de que la soledad empieza a resultar adictiva. Y es un pensamiento contradictorio, que choca frontalmente con mi carácter extrovertido. Creo que, en parte, es el precio que se paga por el desarrollo personal. Cuando tú mismo te pones en valor, te vuelves celoso de tu tiempo y muy selectivo con tus relaciones. Y esa selección ni siquiera es consciente. Simplemente, empiezas a darte cuenta de que dejan de valerte ciertas cosas, personas y situaciones. Y, mientras antes eras más permisivo con lo que no te hacía bien, ahora no pasas ni una. Yo no aguanto las cafeterías con mucho ruido, los locales con decoraciones cutres, las conversaciones cruzadas, las personas que no me aportan… Salgo por ahí y estoy bien, pero cuando llevo un rato empiezo a preguntarme qué hago ahí y a pensar lo bien que estaría tumbada en mi cama leyendo un libro. En este momento hay muy pocas personas cuya compañía me aporte más que la soledad. Tengo la sensación de estar llegando a un “punto cero”, de estar vaciándome para poder volver a llenarme, pero de situaciones y personas mucho más elegidas.

Al igual que mi trastorno de alimentación me hacía comer con compulsión, sin medir la calidad de esos alimentos, el no saber estar sola hacía que me valiese cualquier compañía. Así que mi proceso de recuperación trajo consigo una selección: Elijo alimentos, elijo compañía, elijo momentos y personas, y elijo cómo tomar lo que sucede en mi vida.