He empezado a llevar de nuevo un anillo que hacía mucho tiempo que no usaba.

Hace varios años, un amigo me regaló un anillo Swarovski de rodio con cristales azules y un tamaño bastante aparente. A pesar de su volumen, resultaba cómodo de llevar, encajaba perfectamente en mi dedo y a mí me gustaba verlo puesto en mi anular derecho, me hacía sentir… ¿sofisticada? Además, el azul es uno de mis colores preferidos y los cristales forman una caprichosa composición de corazones y lágrimas. Ciertamente, mi amigo acertó de lleno con su regalo, aunque es probable que tuviese mucho que ver el hecho de haberlo elegido yo.

No me lo habría puesto más de seis o siete veces cuando uno de los cristales se desprendió, con tan mala suerte que no pude encontrarlo para pegarlo de nuevo. Disgustada, se lo dije a mi amigo y se puso en contacto con atención al cliente de la web donde lo había comprado, comprometiéndose estos a enviar otro anillo lo antes posible.

En una semana tenía mi nuevo anillo y le di el defectuoso a mi hija, que lo estuvo usando para jugar. No pasó ni un mes cuando un día descubrí que había vuelto a perder otro cristal. Me fastidió bastante no poder usarlo, pero ya desistí de pedir a la tienda uno nuevo, y quedó en la cajita de la bisutería. No quise tirarlo porque me encanta, pero lo cierto es que nunca más lo usé. En ocasiones, cuando visto de azul, lo recuerdo con lástima ya que me gustaría utilizarlo.

En estos dos últimos años he aprendido a preguntarme por qué pasan las cosas y también hace un tiempo que reconozco señales, o guiños de la vida, que antes me pasaban desapercibidos.

La conclusión de este incidente podría ser tan simple como que el fabricante no eligió un adhesivo de calidad para sujetar los cristales al anillo, pero eso sería demasiado banal y a mí me gusta buscar otra explicación que me ayude a crecer como persona y hacer la vida más bonita y comprensible. Es lo que se conoce en coaching o psicología como “pensamiento adaptativo”, es decir, que ayuda a adaptarse y convierte un entorno hostil en amigable.

Llevo casi dos años trabajando intensamente conmigo misma y con mis clientes la “no necesidad de perfección”, el sentirnos valiosos y dignos de amor, por el simple hecho de existir. Ya no necesito ser perfecta para sentirme bonita. Me gusta lucirme, aunque tengo las inevitables arrugas cuando rondas el medio siglo. Me siento deseable, aún con mis kilos de más. Me siento orgullosa de la persona que soy, a pesar de todo lo que me queda por mejorar. Me gusto y me muestro, con todas mis cualidades y diferencias que me hacen única e irrepetible, y que otras personas pueden considerar como defectos.

Ahora entiendo: Mi anillo azul es como yo. Y yo como él. Perfectamente imperfectos.