Me ha dado mucha lástima ver los comentarios que los lectores de 20 minutos le dedican a Isasaweis en su artículo «No me siento mala madre»
Vaya por delante que yo no siento una predilección especial por esta mujer. Vamos, que ni fu ni fa. Pero es evidente que comulgo con lo que cuenta en su publicación. Hasta el punto de que yo hice en su día publicaciones parecidas y también recibí comentarios de este tipo (además de muchos otros en privado agradeciendo la valentía de decir en voz alta lo que muchas piensan y no se atreven).
Yo misma, en mi desarrollo personal, tuve que llegar a ese punto de relativizar la crianza de nuestros hijos y decir «¿Que hoy comemos de conserva? Da igual!» «¿Que hoy no hay ducha? No pasa nada» como ella cuenta. Porque yo no sé en qué trabajan las personas que se han dedicado a linchar a Isasaweis en los comentarios del diario, pero vamos, deben de llevar la capa de super héroes en la guantera del coche. Precisamente, librarme de esa capa, marcó el inicio de mi recuperación. No son nuestros hijos quienes nos piden tanto sacrificio, ni lo necesitan, sino nosotras mismas. A menudo nos excedemos en nuestros cuidados para demostrar/nos lo buenas madres que somos. Al igual que le contamos a nuestros amigos que nos hemos quedado hasta las nueve de la noche en la oficina para que digan «Mira Juan, qué currante!» Y sí, ya sé que reflexiones como estas hacen pupa, pero en esto consiste un proceso de coaching, en desmontar todas nuestras excusas y enfrentarnos a la realidad de nuestra vida. Yo ya lo hice y lo sigo haciendo. Y sé que escuece.
 
Compaginar nuestra labor profesional con la crianza de nuestros hijos sin sentirnos culpables por querer seguir siendo mujeres y personas, además de madres y trabajadoras, es algo que hay que trabajar en casi todos los procesos de coaching que realizo con madres. Y hay compañeros coaches que se han especializado en coaching para mamás. Y es que, ser madre, no significa dejar de ser persona.
coaching madres
 
Es habitual tender a la super protección a la hora de educar. Yo sigo apostando por el proyecto psicopedagógico de Maria Montessori, que animaba a criar hijos autónomos e independientes, seguros de sí mismos, felices. María decía «Los padres estamos sólo para hacer lo que nuestros hijos no pueden hacer por sí mismos».
 
Yo, que soy muy dada a explicar todo con ejemplos, les decía a mis hijos que cada cual debe asumir su responsabilidad «Vosotros lleváis cada uno vuestra mochila del colegio. Yo cargo mi bolso, el maletín del trabajo y dos bolsas del super con la compra para la casa. Asumo más carga que vosotros porque soy el adulto. Lo que de ningún modo puedo hacer es cargar, además, vuestras mochilas. Porque entonces me agoto, caigo enferma. Y, además, vosotros no maduráis, ni os hago ningún favor».
Quererse a una misma no significa no querer a nuestros hijos. Necesitar tiempo sin ellos no quiere decir que nos estorben. Algunas madres, no todas, que no pueden separarse de sus hijos, no es por amor a ellos, sino por dependencia. Y eso no es amor, es egoísmo. Nuestro trabajo es darles alas para que puedan volar, no hacerlo junto a ellos eternamente. Dejar que aprendan cometiendo sus propios errores, no podemos ni debemos protegerles de todo.
Las que abandonan su vida para entregarse a sus hijos serán buenas madres, sin duda, pero no lo somos menos quienes no renunciamos a muchas otras cosas que, haciendo encaje de bolillos, pero pueden ser perfectamente compatibles con una crianza amorosa y responsable de nuestros hijos.
Y si, a pesar de todo, sientes culpa, te animo a entrar al Club de las Malas Madres.