A no ser que vivas en Nueva Zelanda, seguro que estarás al tanto de la polémica que se ha generado por el rechazo de dos asociaciones, canaria una y aragonesa otra, que promueven la sanidad pública, ante la donación del empresario Amancio Ortega de 320 millones de euros para equipos oncológicos.
La semana pasada escribí un artículo sobre este tema y en un par de días se había compartido más de 3.000 veces en Facebook y obtuvo más de 15.000 interacciones entre Me gusta y comentarios. Lo que está claro es que este tema no deja indiferente a nadie. La polémica estaba servida.
Cada cual aportaba su opinión, cargando las tintas con frases como «Prefiero morirme o que se mueran los enfermos de cáncer, antes que aceptar dinero de Amancio Ortega«, «Es dinero manchado de sangre», incluso a mí misma se me acusó en los comentarios de esta web de ser un perro con collar o de oler braguetas.
Por otra parte, algunos agradecían la donación con frases como «Acabo de perder a mi marido ¿cómo no voy a querer la donación?» o «Espero que nunca ellos o sus seres queridos necesiten estos tratamientos oncológicos«, al igual que hubo testimonios de afectados por cáncer que daban las gracias en primera persona al empresario.

Vaya por delante que las relaciones humanas me fascinan y me parecen un campo de estudio maravilloso. Así pues, yo presenciaba estas respuestas viscerales con curiosidad profesional. Mientras el país se debatía entre quién tiene razón y quién no, yo me preguntaba qué lleva a las personas a enfrentarse de esta forma y a defender sus ideas de un modo tan vehemente, que les hace caer en insultos y descalificaciones. La respuesta está en tan sólo dos palabras: Creencias y valores.
Creencias
Las creencias son esas ideas que damos por ciertas y que, aunque no podamos comprobarlas, las defendemos. Podemos adquirirlas a través de la educación recibida o por experiencia, ya sea propia o ajena. Son ideas totalmente subjetivas y propias pero, a pesar de ello, nos empeñamos en que el resto del mundo las comparta y vea una misma situación tal y como la vemos nosotros. Pensamos que elegimos qué creer, pero lo cierto es que nuestras creencias nos dominan y condicionan nuestra respuesta ante determinados estímulos o situaciones.

En el ejemplo de la donación, que es un mismo hecho para todos, podría resumirse de forma neutra en la frase «Empresario dona 320 millones de euros para equipos contra el cáncer». Esa es la realidad y es igual para todos. De aquí en adelante, cada cual la pasa por el filtro de sus creencias. Es como si llevásemos unas gafas puestas con cristales de colores. Quien lleva cristales amarillos nunca verá lo mismo que quien los lleva azules. El problema es que la persona que ve la realidad con cristales amarillos cree que esa es la auténtica y única realidad, y por lo tanto no entiende que otras personas la vean azul, verde o rosa.

Creencias que se desprenden de quienes rechazan la donación: «Nadie se hace rico siendo honesto«, «Ortega es un explotador», «Aceptar ese dinero nos convierte en alguien como él», «Sólo lo hace para desgravar, no le importan los enfermos».
Creencias entre los que la aceptan: «La vida está por encima del orgullo«, «Donar dinero no le exime de pagar sus impuestos», «No podemos permitirnos rechazar ese dinero porque es necesario», «El dinero para mejorar la sanidad siempre es bienvenido, venga de donde venga».
Valores
Los valores son los principios de una persona, esas convicciones profundas que nos llevan a ser de un determinado modo y condicionan nuestra actitud. Es importante vivir en línea con nuestros valores, ya que lo contrario nos produce sufrimiento.

Algunos valores de las personas que aceptan la donación: Supervivencia, calidad de vida, derecho a recibir tratamiento médico, salud, empatía y solidaridad (con los enfermos), justicia, gratitud, humildad, generosidad.
Algunos valores de las personas que rechazan la donación: Justicia, igualdad, moral, cumplimiento, empatía y solidaridad (con los trabajadores), autosuficiencia, autonomía, transparencia.
Coherencia
Es curioso cómo hay valores comunes, pero llevados a extremos opuestos. Hablando de valores, hacer, pensar, sentir y decir lo mismo se llama coherencia.
Si alguien rechaza la donación de Amancio Ortega «por sacar sus talleres de España» como he leído, porque uno de sus valores es generar trabajo en nuestro país, para ser coherente no debería comprar nada que no esté fabricado en España, eso incluye nada de tiendas de chinos, de Ikea, de Primark o Decathlon, nada de coches con componentes no fabricados en España, nada de alimentos que importamos y se pueden cultivar en nuestro país… ¿De verdad cumplimos con todo esto? ¿De verdad no compramos una camiseta o unos zapatos si no están fabricados aquí?

Es innegable que los valores y creencias tienen un fuerte peso cultural. Para una persona que juzga la situación del tercer mundo con mentalidad del primero, es inadmisible que en esos países haya niños que trabajan. Sin embargo, para ellos y sus familias es la única oportunidad de sobrevivir. No queremos que trabajen, pero ¿qué estamos haciendo para que reciban una educación que les permita salir de ese bucle? Porque su principal necesidad no es estudiar, es comer.

La pirámide de las necesidades de Maslow nos muestra cómo en la base se encuentran las necesidades fisiológicas, que incluyen alimentarse. Eso quiere decir que constituyen la motivación primaria de todo ser humano para satisfacerlas y hará cualquier cosa para cubrirlas. Una vez satisfechas estas necesidades, se podrá ocupar de cubrir las de seguridad, sociales, y así sucesivamente.
El verano pasado estuve con mi familia en Oporto. Nos sentamos a tomar un refresco a orillas del Duero con unos compañeros de trabajo de mi hermana. Me sorprendió ver a niños saltando desde el puente Luis I a 18 metros de altura sobre el agua. Cuando pregunté, me explicaron que los turistas les pagan para que salten. Me quedé horrizada, ¿quién pagaría por algo así? Creo que la expresión de mi cara me delató. Los portugueses me dijeron «Yolanda, no puedes juzgar lo que aquí sucede con tu mentalidad española. Aquí hay gente que pasa hambre, mucha, y a veces esas monedas es la única oportunidad que tiene una familia entera para comer».
Las creencias y valores también pueden estar temporalizados, ya que lo mismo sucede cuando juzgamos hechos históricos con nuestra mentalidad actual. Cada año, por la fiesta de la Hispanidad, surgen colectivos que dicen avergonzarse de que invadiésemos tierras americanas. Para empezar, yo no tengo que avergonzarme de algo que yo no hice. Pero, en aquellos tiempos, los hombres conquistaban tierras a golpe de cañón y bayoneta, plantar una bandera era suficiente para reclamar un territorio, las vidas humanas no valían nada y los señores feudales tenían derecho de pernada, que les permitía mantener relaciones sexuales con cualquier doncella de su reino que fuese a contraer matrimonio. Todo esto es inimaginable hoy en día, por eso no se puede hacer una valoración justa de una situación fuera de su contexto.
Independientemente de todo esto, volviendo al tema de la donación y para calibrar este valor, haría falta saber si es cierto que Amancio Ortega tiene niños trabajando para él, ya que esto es otra creencia. Es decir, los que aceptamos su donación no es porque estemos a favor de la explotación infantil, es sólo que no tenemos constancia de que sea cierto que eso sucede.
Y ¿por qué es tan importante para nosotros defender nuestras creencias y valores frente a los de otras personas? Porque forman parte de nuestra esencia e identidad como individuos. Son como los cimientos de nuestra casa, lo que nos hace ser como somos. Derribar una creencia es torpedear uno de los pilares que sustentan nuestra estructura. Y esto puede verse muy claramente en el iceberg que representa los niveles neurológicos de Dilts y Bateson, donde vemos las creencias y valores alojados en la parte no consciente.

El sistema de creencias es tan fuerte que nuestro cerebro desatiende cualquier situación que podría hacer que nos cuestionemos dicha creencia. Si quieres saber más sobre las creencias, te invito a leer este artículo que escribí para el diario Zaragoza Buenas Noticias.