¿Cuántas veces, al enfrentarte a un nuevo reto, has escuchado «Tú puedes con eso y con más»?
Si te paras a pensar qué hay detrás de esa afirmación, probablemente dejes de utilizarla. Por ejemplo, recientemente me marqué el objetivo de comenzar el Camino de Santiago (todo un reto teniendo en cuenta los problemas de mis pies), tenía dudas de si podría lograrlo o no. Si alguien me dice «Tú puedes con eso y con más» y logro mi objetivo, hace que pierda su valor, le resta todo el mérito, porque asegura que yo podía, ya no sólo con las cinco etapas, sino con más. En cambio, si no lo consigo, el sentimiento de culpa se va a agudizar, ya que se supone que es algo con lo que yo debería poder, con eso y con más.
Antes de empezar el Camino dije que quizá este año no era el mejor momento, por mis dolores, pero que es seguro que era «el momento» porque, por primera vez en mi vida, sé rendirme sin culpa. Podría haber logrado sólo la mitad de la primera etapa y hubiese vuelto a vuelto a casa, satisfecha de haberlo dado todo y sin el menor atisbo de culpa.
Me he pasado años compartiendo en mis redes sociales cartelitos motivacionales del tipo «Prohibido rendirse» o «Nunca, nunca, nunca te rindas». Hace un tiempo escribí un artículo para ZBN sobre la delgada línea que separa la motivación de la exigencia. Y prohibir rendirse no es motivar, es exigir.
Hace dos años pasé la peor crisis de mi vida. Me desbordé física y emocionalmente, superé todos mis límites, animada por frases de este tipo, para acabar en urgencias, con un Orfidal bajo la lengua y una pulsera de papel con mi nombre en la muñeca, que aún sigue colgada en mi lamparita de noche para no olvidar nunca el precio de la hiper exigencia y no permitirme volver a llegar a ese punto.
De aquella crisis saqué muchos aprendizajes, pero uno de los más valiosos fue que tengo derecho a rendirme. Yo, por mi personalidad, soy perseverante, no me rindo con facilidad y doy siempre lo máximo que puedo. Luego entonces, si no puedo ofrecer más, si estoy a punto de rebasar mis propios límites, ¿por qué tengo que seguir?, ¿dónde está el límite?, ¿quién lo dice?, ¿acaso lidiará esa persona con las consecuencias?
Y sí, llega un punto en que quizá nos rendimos, pero siempre con culpa, porque se espera más de nosotros, porque nosotros mismos esperábamos más. ¿Más de qué… del máximo? Tu vitrocerámica no puede calentar a más potencia del 9, tu coche no puede rodar a más de 220 kms/h, tu lavadora no puede centrifugar a más de 1200 rpm. Nuestro cuerpo es como una máquina perfecta y tiene sus limitaciones, no sólo a nivel físico, sino también mental y emocional. Prueba a mantener tu coche al máximo de la velocidad que soporta durante mucho tiempo y verás lo que sucede. Seguramente, empezará a hacer ruidos extraños, a vibrar primero y a sacudirse después, te costará mantener el control sobre él… Tu cuerpo reaccionará del mismo modo: Te va a mandar señales de alerta. Las vas a sentir. Si no las atiendes, llega la enfermedad, la crisis. Y salir de ahí te va a costar mucho más que reparar tu coche, te lo aseguro.
Marca tus propios límites. Decide hasta dónde puedes llegar. No escuches a nadie más que a tu propio cuerpo y a las señales que te envía mediante reacciones, emociones, pensamientos… ¡escúchalo!
Si necesitas parar, hazlo. Sin culpa, sin explicaciones. Que nadie te prive del derecho a rendirte.