Como dice Louise Hay: «Todos somos víctimas de víctimas» y esta frase es fundamental para aprender a perdonar.
En casi todos los procesos de coaching en los que acompaño a mis clientes, llega un momento en el que hay que trabajar el perdón. Algunos se resisten, de entrada, alegando que son incapaces de perdonar a alguien que les hizo tanto daño, muy probablemente en la infancia, la etapa de nuestras vidas en la que somos más vulnerables.
A menudo, las personas no entienden que perdonar es, en realidad, un acto de amor propio. Perdonas cuando ya no eres capaz de vivir con ese dolor dentro de ti, cuando decides desprenderte de tanta negatividad y volver a respirar, cuando eliges soltar ese lastre para poder seguir avanzando. El más claro ejemplo son los padres que declaran públicamente su perdón a los asesinos de sus hijos. En infinidad de ocasiones me he preguntado cómo se puede perdonar una atrocidad semejante. Ahora puedo entenderlo: para poder seguir viviendo. Así de simple.
Como dice L. Hay, la persona que inflige dolor, consciente o inconscientemente, convirtiendo a otros en víctimas, también es víctima a su vez. Ninguna persona feliz se dedica a entrometerse en la vida de los demás, a envidiar, a hacer daño o desearlo. Ese verdugo también sufre, y no dispone de herramientas para gestionar su dolor, hace lo que puede y como puede, como un niño pequeño se enrabieta y pega cuando no sabe gestionar sus emociones y sentimientos.
Con frecuencia, no es necesario que sucedan episodios traumáticos para verse en la necesidad de perdonar. Algunas personas refieren con mucho dolor comentarios recibidos de sus padres. No entienden cómo sus padres, las personas más importantes de su vida, sus referentes y pilares de su identidad, pueden agredirles con comentarios tan dañinos.
Yo siempre parto de la base de que todos hacemos las cosas lo mejor que podemos, según las circunstancias que nos rodean y las herramientas de las que disponemos. Nosotros vivimos en la era de la información, si tenemos inquietudes podemos comprar libros o sacarlos en préstamo de la biblioteca, recibir formaciones, Internet pone a nuestra disposición muchos recursos y herramientas de forma instantánea y, a menudo, incluso gratuita.
Creemos que, por su edad y madurez, nuestros padres deberían ser expertos en su gestión emocional y disponer de mayor número de recursos que nosotros, que somos más jóvenes, cuando suele ser al contrario. Cuando entramos a trabajar el perdón hacia los padres, es inevitable reconocer que ellos también tuvieron una vida dura y fueron, a su vez, víctimas de otras víctimas, aderezado con el tinte represor religioso, cultural y social de la época que les tocó vivir, en donde se imponían obligaciones y obediencias sin tener en cuenta los sentimientos ni las necesidades de las personas.
Cada transmisión de padres a hijos es un proceso de alquimia, ellos reciben cobre y nos dan oro. Del mismo modo, nosotros repetimos el proceso con nuestros hijos. Es nuestra responsabilidad, desde el mismo instante en que tomamos consciencia de nuestra situación, adquirir herramientas y habilidades que nos permitan crecer interiormente y gestionar nuestro dolor, de modo que sepamos procesarlo sin la necesidad de proyectarlo sobre otras personas. Debemos ser el eslabón que rompe la cadena de sufrimiento. Es mucha responsabilidad, sí, pero también un reto maravilloso. Demuestra una gran fortaleza la decisión de perdonar a nuestros verdugos y, ¿por qué no?, a nosotros mismos, negándonos a perpetuar esta herencia de dolor.
La compasión y el perdón, son sentimientos liberadores y de sanación. Una vida diferente te aguarda después de un proceso de este tipo, sin lastres emocionales, sin dolor, sin rencor. Mientras no seas capaz de hacer este cambio, una parte de ti seguirá anclada a esos hechos y a esas personas que te produjeron sufrimiento, les seguirás entregando parte de ti, de tus emociones, de tu alma… les seguirás perteneciendo, de algún modo. Si no quieres hacerlo por ellos, hazlo por ti.