La semana pasada murió mi tío, una persona que ha sido muy importante en mi vida. Me dispuse a acompañar a la familia en su despedida, tanto en el velatorio, como en el funeral. Estaba muy afectada emocionalmente y quería asistir, a pesar de encontrarme muy mal físicamente, aquejada por un catarro fuerte o una gripe débil, qué más da. Me aconsejaron no dar la mano, ni besar, para evitar contagios, y así se lo hice saber a mis primos en el grupo de Whatsapp.
Desde que recibí formación en Inteligencia Emocional, presumo de gestionar muy bien mis emociones y sabía perfectamente a lo que me enfrentaba. Ciertamente, mi idea sobre la muerte, nada occidentalizada, me ayuda enormemente con estos procesos de duelo por fallecimiento, al verla como un cierre de ciclo, nada más.
Atravesaba el pasillo y a los lejos distinguí el número 7, que indicaba la sala donde se había instalado el velatorio. Junto a la puerta estaban de pie dos de mis primos. Nada verlos y sin llegar hasta ellos, comencé a llorar. Y entonces caí en la cuenta de lo diferente de esta situación ¿cómo podría gestionar mi dolor, cómo acompañar a mis seres queridos en el suyo, sin poder abrazarlos?
Iba lanzando besos a todos con la mano, entre lágrimas y a distancia. La mayoría me hacían un guiño por mi comentario en el grupo de Whatsapp. Hasta que mi prima Gema me cogió por los brazos y me dijo «Ven y abrázame. Y, si me pegas la gripe, ya la pasaré». Me abracé fuerte a ella y me sacudí llorando entre sus brazos. De repente me sentí como una niña pequeña y asustada, que recibe el calor y el cobijo de un abrazo. Y me derrumbé por completo. Sólo entre el confort de un abrazo sincero pude rendirme a toda la emoción y el dolor que me inundaba en aquel momento. Y entonces sí, me dejé ir… y también dejé ir mi dolor, mi tristeza, el vacío que sentía dentro…
En un abrazo se produce algo mágico, una simbiosis, una protección mutua, un baile de almas, un encuentro que va mucho más allá del contacto físico. Es como si los dos cuerpos que se encuentran, se abriesen para dejar fluir emociones, para recoger toda la intensidad y sentir del otro, y abrigarlo, y cuidarlo, y mimarlo, y protegerlo….
El contacto físico, en general, es fundamental a nivel psicológico y emocional, tanto para personas adultas como para niños. «Cuando abrazamos y acunamos a un bebé toda una parte de su cerebro se activa, formando conexiones neuronales instantáneas», afirma el pedagogo y músico Don Campbel, en su libro El efecto Mozart. Un niño que tiene cubiertas todas sus necesidades básicas en cuanto a alimentación, cuidados médicos, higiene, sueño… pero no recibe afecto, difícilmente logrará desarrollarse con normalidad, siendo muy probable que muestre retraso madurativo, o en el desarrollo psicomotor.
Cuando crecemos, esta necesidad no merma. Nos hacen creer que de mayores no necesitamos tanto las muestras de afecto. Nos distanciamos, ponemos barreras, nos da vergüenza abrazar, el contacto físico entre dos personas de distinto sexo se interpreta como algo más que una amistad. El abrazo no está bien visto en todas las culturas, ya que en algunas se interpreta como síntoma de debilidad, mostrándose así vulnerable el sujeto que lo expresa.
Si hago memoria, en las únicas ocasiones que he visto darse abrazos sinceros, a excepción de situaciones como la que relato al principio, ha sido siempre en talleres de desarrollo personal, o cursos de Inteligencia Emocional, donde se te invita a quitarte esa coraza que traemos de la calle y abrazar al compañero que tienes al lado. Y, de repente, te encuentras espachurrando como si te fuese la vida en ello a un tal Juan, que dice que vende seguros de coche y que acabas de verlo por primera vez en tu vida.
No es raro que, en estas muestras de afecto, las personas se emocionen. Es habitual que alguien rompa a llorar. Lo que siempre sucede es que se agradece. Sí, se da las gracias, porque se siente que el abrazo es sincero y lo más probable es que haga aflorar algunas emociones que llevabas reprimiendo durante mucho tiempo. Quizá el tal Juan te ha dado el abrazo más sentido de los cinco últimos años de tu vida. Y quizá te hacía más falta ese abrazo que la escapada que hiciste a Italia la semana pasada.
A veces, las cosas que necesitamos están increíblemente cerca y son completamente gratis. En ocasiones, sentimos un vacío interior que tratamos de llenar con cosas materiales y superfluas, pero lo que conseguimos es el mismo efecto que cuando echamos agua en un colador.
Cuando necesites un abrazo, sólo pídelo. Y ofrece el tuyo cuando creas que alguien lo necesita. En un abrazo sincero sobran las palabras o las explicaciones. Es un «te acompaño, estoy contigo». Y, la mayoría de las veces, es todo lo que necesitamos.

Precioso articulo, y te lo digo desde el corazón, puesto que acaba de fallecer mi padre, y si, efectivamente, esos abrazos, no necesitan palabras, y son los que te llegan al corazón. Deberíamos de dar al menos, un abrazo al dia¡¡¡¡
Raquel, lo siento muchísimo. Te mando mi abrazo, lleno de amor sincero. Un beso, mi niña.