Hace mucho tiempo, me regalaron un jardín japonés en miniatura y lo puse en el mueble de la entrada de mi casa. Le he ido dando distintos usos con el paso de los meses: Al principio fue sólo decorativo, porque en aquel momento no tenía paciencia ni serenidad para «estas chorradas», más tarde lo usaba de vez en cuando para simbolizar situaciones: las piedras negras podían representar mis debilidades y la blanca mi fortaleza (en aquel tiempo no sentía que tuviese muchas más) y las iba colocando estratégicamente, formando un sistema. También los dibujos con el rastrillo en la arena cobraban significado: podía dibujar ondas o líneas rectas si estaba tranquila, o trazaba en zigzag si me sentía agitada. Si alguien hubiese sabido el uso que le daba a mi jardín japonés, hubiese podido averiguar cómo me sentía tan sólo atravesar el umbral de mi hogar.
Hace unas semanas, alguien me habló del Kolam, que es el dibujo que realizan las mujeres del sur de la India, cada amanecer, en la puerta de su casa. Los kolam suelen ser dibujos geométricos realizados con harina de arroz y que terminan por desaparecer a las pocas horas, bajo las pisadas de los transeúntes y las rodadas de los coches, y también porque sirven de alimento a pájaros e insectos. Realizan estos dibujos bajo la creencia de que protegen el hogar, atraen la suerte y la prosperidad. También son un mensaje de bienvenida, protección y buenos deseos a la gente que entra y sale de sus viviendas.
El procedimiento, al alba, es siempre el mismo: Antes de hacer ninguna otra cosa al levantarse, la mujer de la casa canaliza sus pensamientos y buenos deseos, barre la calle y la moja con agua, piensa un dibujo geométrico que realizar para adornar su entrada y dedica un tiempo a realizarlo.
El kolam es, en realidad, un rito de agradecimiento y renovación. Es dar las gracias por cada día y las oportunidades que nos trae, la posibilidad de empezar desde cero, ya que el día anterior y su kolam ya han desaparecido.
Me parece una preciosa metáfora de vida: El pasado ya no está y ahora construyo un nuevo presente, el de hoy y ahora. Muchas de las cosas que disfrutamos en la vida son tan efímeras como los kolam, por eso debemos aprender a disfrutarlas, antes de que desaparezcan.
Y esa es la utilidad que le doy ahora a mi jardín zen en miniatura. Cada mañana, borro la composición del día anterior y construyo una nueva, con toda mi ilusión, mis propósitos y buenos deseos.
Hola Yolanda, precioso post. Me ha recordado a mi viaje a Bali. Los balineses, todas las mañanas, realizan ofrendas a su dios y le dan gracias por la vida y por continuar un día más. Sus ofrendas son cestitas de bambú con flores. Cuando volví de ese país, recuerdo la sensación de paz y tranquilidad que me transmitio. Un beso enorme desde Jaén 😉
Qué bonito Laura, gracias por compartirlo, no lo conocía!! La verdad es que agradecer es un acto que nos llena de paz. Un abrazo.