Siempre he sido bastante sedentaria, tampoco en mi familia existía hábito de practicar ningún deporte, aparte de los que hacíamos en el colegio. También desde pequeña he tenido problemas en los pies, metatarsalgia, que me producía muchísimo dolor en la zona metatarsal. Y una bonita hernia discal en el espacio L5-S1 y un espolón calcáneo en cada pie. Vamos, que no me privo de nada.

Empecé a hacer ejercicio a los 40 años, cuando comencé la dieta con la que bajaría 45 kilos. Me levantaba temprano por la mañana para caminar, media hora al principio, una hora más adelante. Pocas veces he abandonado ese ejercicio, incluso en mis temporadas más duras laboralmente, trabajando doce horas fuera de casa, yo me levantaba a las 6 de la mañana para andar mis 5 kilómetros antes de irme a trabajar.

Incluso sólo para caminar, siempre he necesitado comprar zapatillas especiales, con doble amortiguación en metatarso y talón. Recuerdo las primeras Asics que me compré, costaban unos 90 euros y era demasiado dinero para mí. Mi madre me dijo «Yolanda, si no puedes pagarlas, yo te ayudo, pero compra unas buenas zapatillas porque si te duelen los pies no saldrás a caminar» ¡Y qué razón tenía!

Andar me gusta mucho, pero siempre he envidiado a los corredores que veía pasar a mi lado. Alguna vez me animé a intentarlo y, tal y como indican los manuales para inciarse en el running, alternaba tramos caminando y tramos corriendo: 5 minutos andando, 1 minutos corriendo… y repetía. Recuerdo que lo intenté un lunes y me pasé hasta el domingo con dolor en la hernia discal. Repetí al cabo de un tiempo, con idéntico resultado. Por supuesto, se me quitaron las ganas de volver a intentarlo para los restos: «A mí me encantaría correr, pero NO PUEDO»

No sé las veces que habré pronunciado esta frase en los últimos tiempos. Por supuesto, me la creía. No somos conscientes del poder que tienen las afirmaciones. Llegamos a otorgar certeza a lo que nos dicen o nos decimos, las convertimos en poderosas creencias que determinan nuestra vida.

Las Nocheviejas que me toca pasar con los niños, me gusta llevarlos a ver la carrera de San Silvestre, donde todos los corredores van disfrazados. Hace tres años les pregunté a los niños «¿Corremos los tres juntos la próxima?» Mi hijo me miró con la misma cara que cuando le propuse hacer juntos un curso de padelsurf, en plan «A mi madre se le va la pinza».


PhotoGrid_1440363855437PhotoGrid_1440365390720El año pasado volví a llevarlos y esta vez le hizo más gracia la propuesta  y acordamos que correríamos los tres la del 2016, que estarán conmigo. Yo para entonces estaba recién intervenida de mi segunda operación de pies: Osteotomía de Weill en segundo y tercer metatarsiano de ambos pies y fijación con cuatro tornillos de titanio. Yo todavía iba coja y no podía ni imaginar que mis operaciones habían sido un absoluto fracaso, quedando peor de lo que estaba, con más dolor y, además, rigidez en los cuatro dedos intervenidos, que me provocan dolor y dificultad de equilibrio, amén de una estética propia de un orco de Mordor.

Hace un par de meses conocí a una persona que salió de mi vida tal y como había entrado. Pero antes de irse, me hizo un regalo: Esta persona, con una hernia discal en el mismo espacio intervertebral que la mía, me contó que se inició en el running por su cuenta, pesando 17 kilos más que en la actualidad. Comenzó corriendo un minuto al día y en dieciocho meses de práctica diaria es capaz de correr una hora y media y mantener una conversación al mismo tiempo. Me aseguraba «A mí al principio también me dolía la hernia, ¡me dolía todo! Pero luego fue como si el cuerpo se acostumbrase». He querido explicaros que esta persona pasó de largo por mi vida porque creo que todas las personas que se cruzan en nuestra vida, lo hacen por una razón. Y quizá esta persona pasó por la mía sólo para decirme justo lo que yo necesitaba oír.

A mi vuelta de vacaciones de verano, empecé con un plan fitness y me apunté al gimnasio. En las rutinas que se me marcaron debía acabar cada día con 15 minutos de caminata en la cinta con un 12% de pendiente.

Me planteé la posibilidad de probar a correr ese único minuto y ver qué pasaba. Me costó varios días decidirme a intentarlo. Las cintas estaban siempre llenas de gente corriendo muy airosa, y la idea de que me viesen trotar como un ganso no me hacía ninguna gracia. Pero hace dos semanas me armé de valor y me puse en la primera fila de cintas, al menos, si alguien me veía y se reía, yo no le vería la cara. Y corrí ese minuto. Y al día siguiente fueron dos, y al otro tres… y esta mañana he corrido durante 30 minutos ininterrumpidos. Ayer, domingo por la tarde y mientras España ganaba la Eurocopa de basket, lo conseguí por primera vez y hubo dos momentos en que se me humedecieron los ojos de la emoción. Y no precisamente por el triunfo del equipo de Gasol.

Al principio corría a 8 km/h y mi frecuencia cardíaca se disparaba. Me animaron a bajar intensidad y trabajar la resistencia, aquello iba en línea con mi intención de poder aguantar una carrera de 5 kilómetros, así que lo apliqué. Mi objetivo es completarla, ¡no hacer los 100 metros más rápidos!

Mis progresos han sido:

Día 1: 1 minuto a 8 km/h

Día 2: 2 minutos a 8 km/h

Día 3: 3 minutos a 8 km/h

Día 4: 4 minutos a 8 km/h

Día 4: mantengo

Día 5: 5 minutos a 8 km/h

Día 6: 10 minutos ajustando velocidad de 8 a 6’5 km/h midiendo frecuencia cardíaca

Día 7: 20 minutos a 6’5 km/h

Día 8: 30 minutos a 6’5 km/h

Día 9: mantengo

No pongo los datos como ejemplo para alguien que quiera iniciarse en el running, sino que comparto cual está siendo mi progreso.

PhotoGrid_1442859174357Cuando salía a andar, hacía un circuito circular en el que no había más opción que seguir caminando, no había posibilidad de recortar. También cuando amplié a 10 kilómetros las caminatas, lo hice de tal modo que, llegado un punto, debía decidir si iba a andar 5 ó 10 kms. Y si decidía lo segundo, no podía cambiar de idea hasta completarlos, porque salgo por un cinturón de periferia sin calles transversales por las que atajar.

Cada vez que me subo a la cinta, disputo una carrera mental contra mí misma. O treinta carreras, porque cada minuto me atraviesa el pensamiento «¿Y si hoy haces un poco menos? Sólo hay que darle al botón de Pausa. Has trabajado mucho esta semana, por un día que hagas menos no pasa nada» Miro los vídeos musicales en Youtube en la pantalla que tengo delante y pienso «Venga Yolanda, no mires el tiempo hasta que finalice la canción y así habrán pasado unos tres minutos» Pero nada, siempre lo miro varias veces. Pero dejo que pasen esos pensamientos, y sigo corriendo.

A la lucha mental, se une el esfuerzo físico, porque os aseguro que mover un cuerpo con tanto sobrepeso no es fácil, y el dolor de pies, ya que corro con zapatillas de doble amortiguación talón/metatarso, plantilla completa de gel de 5 mm de espesor y una planilla que me hizo el podólogo con barra para elevar la cabeza metatarsal. Y aún con todo eso junto, tengo dolor, y algún día me tengo que tomar antiinflamatorios para soportarlo.

Lo que os puedo asegurar es que ni el dolor de pies, ni la lucha mental, ni el cansancio físico… ni las tres cosas juntas, consiguen derribar la incomparable sensación de lograr tu objetivo. Cada día, al bajar de la cinta, chorreando sudor como si saliese de la ducha, con la cara congestionada por el esfuerzo, me siento como una auténtica diosa, me siento capaz de volar si me lo propongo.

Ahora, no sólo corro yo, sino que tengo un nuevo reto en mis redes sociales de Vivirparacomer en Facebook e Instagram para animar a otras corredoras, bajo el hashtag #corredoranovata. Mi ilusión era correr la San Silvestre de 2016, pero mi objetivo ahora es correr la de este año, porque creo que tengo tiempo de prepararme y soy capaz, con el beneplácito de mis pies.

Durante años no he corrido porque creía que no podía. Las barreras, muchas veces, están más en nuestra cabeza que en nuestro cuerpo. ¿Hay alguna cosa de la que no te sientas capaz? ¿Cuánto hace que no lo intentas? ¿Cuántas estrategias has probado?