Tengo dos Fan Pages en Facebook: Yolanda Cambra Coaching y Vivir para comer. Ambas son públicas y en ellas se puede seguir gran parte de mi vida y mi día a día. Hasta el punto de que la gente que me sigue de forma habitual y desde hace bastante tiempo, me conoce bien a través de mis publicaciones.

Mi perfil privado de Facebook es, como yo lo llamo, mi pequeño reducto de privacidad, que guardo para la familia y amigos más cercanos, donde tengo muchas fotos de mis hijos, por ejemplo, a los que siempre he protegido en mis cuentas públicas. No suelo tener más de 200 contactos y, cada vez que supero esa cifra, doy un repaso para ver si de verdad todas las personas que están ahí deben estar. Un gran contraste con los más de 15.000 seguidores que tengo en Instagram. Esto puede dar una idea del celo con el que protejo mi cuenta privada.

Tengo unas 370 solicitudes de “amistad” que no acepto. Entiendo que hay personas que le dan a Facebook distinto uso que yo: Mientras ellas lo usan para conocer gente, yo lo uso para mantener el contacto con las que ya conozco.

Hace un par de semanas publiqué esto en mi cuenta personal de Facebook:

Como era de esperar, hubo muchas respuestas diciendo que aceptarían cualquier decisión que tomase y que todo estaría bien.

Tuve que pasar cuatro cribas al listado de amigos y en todas iba borrando personas. Fue el mismo proceso que cuando te desprendes de cosas en casa y te das cuenta de que hay muchos objetos a los que tienes apego pero ya cumplieron su función y no tiene sentido seguir guardándolos. Con algunos tuve dudas, pero estaba decidida a rebajar la cifra de 202 contactos.

Posiblemente pensarás que tampoco tenía tantos y te costará entender mi empeño en reducirlos. Para mí es crucial distinguir lo que parece importante de lo que realmente lo es, los amigos de los conocidos. ¿No crees que usamos la palabra amigos con cierta frivolidad? ¿De verdad tenemos tantos amigos como decimos?

Tampoco se trataba de perder contacto, ya que los tengo a todos en Whatsapp o en otras redes sociales. Finalmente, publiqué:

He de reconocer que manejo con mucha ligereza el concepto de “cierre de ciclo“, que entiendo que las personas entran y salen de nuestra vida, que estamos de paso, y no hago dramatismos, ni juzgo, cuando alguien decide no mantener amistad o contacto conmigo. Entiendo que en este momento necesita poner su atención en otras personas o procesos, del mismo modo que yo a veces debo hacer lo mismo. Punto. No guardo rencor y será bonito si nuestros caminos se vuelven a cruzar. Y todo está bien.

Me sorprendió recibir un whatsapp de un conocido que no pasó la criba:

  • ¿Me has sacado de Facebook?
  • Sí, hice una publicación un día antes pidiendo que nadie lo tomase como algo personal.
  • Ya lo vi, pero no pensaba estar en esa lista.
  • Bueno, no tiene importancia, podemos mantener contacto por whatsapp, ya sabes que esa cuenta la tengo muy restringida.
  • ¡Pues sí que aporto poco en tu vida para que me hayas sacado de Facebook, después de lo que hemos compartido! (Obvio que si yo pensase que me aporta y que hemos compartido tanto como él cree, no lo hubiese borrado, pero opino que eso ni necesita explicación)
  • No veo dónde está el problema… Tu Facebook no eres tú. No te he sacado de mi vida, te he sacado de una red social.
  • Ya, ya… pero es que no me lo esperaba.

El caso es que este conocido estaba indignado y le ha durado la pataleta hasta el punto de que hoy se ha puesto pesadísimo por whatsapp y he terminado por bloquearlo.

Pero mi reflexión va más allá. El otro día, un amigo nos preguntaba si se puede abandonar un grupo de whataspp sin que todos vean “Fulanito salió”. Le dijimos que no. Al parecer, alguien creó un grupo de ex compañeros de empresa y lo metieron sin preguntarle si quería estar. Lo mejor de todo es que la persona que creó el grupo ni siquiera tenía el teléfono de mi amigo, así que alguien debió de facilitárselo sin pedir permiso al interesado.

A este chico le preocupaba la opinión de los demás miembros del grupo porque, claro, no es lo mismo no entrar a un grupo que estar dentro y que todos vean cómo te vas. “No quiero parecer un desagradable” nos dijo. Yo le respondí que desagradable fue la persona que lo metió en un grupo sin preguntarle antes por privado si quería estar. Por no hablar de quien dio su número de teléfono sin consultarle si podía hacerlo.

Nos estamos pasando la privacidad y el respeto por el forro. Y estamos haciendo una fusión de nuestra persona con nuestro perfil en redes sociales que me parece preocupante.

Borrar a alguien de Facebook supone una afrenta. Salir de un grupo de whatsapp, un desaire. Da igual que hace años que no habléis, no importa que nunca quedéis a tomar unas cañas y os contéis cómo os va la vida, lo de menos es que aún no conozca a tus hijos… pero hay que estar conectado en redes. Y yo me pregunto… ¿para qué? Si quieres saber de esa persona, si de verdad te interesa cómo está, llámala en cualquier momento y os ponéis al día, plantéale una cita para contaros cómo va la vida. Y no te conformes con cuatro publicaciones, que no tienen por qué ser representativas de cómo se siente.

¿De qué nos sirve estar conectados por varias vías de comunicación, si no usamos ninguna? ¿Para qué queremos más de mil “amigos” en Facebook, acaso eso nos hace sentir populares o que tenemos mucha vida social? ¿Cómo me estoy fundiendo con mi perfil social, si me enfado con alguien por borrarme de una red? ¿En qué momento tener a alguien en Facebook en barbecho sustituyó a llamar y preguntarle cómo le va la vida? ¿Por qué el vigésimo de los derechos humanos universales, que dice que toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y asociación, ha pasado a ser una obligación?

Tú no eres tu Facebook, y mi Facebook no es mi vida.